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sábado, 22 de junio de 2013

¿Qué pasará después con los hijos?




Por: Rolando Fernández



De los daños más significativos por parte de los padres, a los jóvenes vástagos que integran luego a las sociedades modernas, son la sobreprotección y las complacencias extremas de que aquellos son objeto. Los convierten  en “guiñapos”, en personas inútiles, cuando solos se vean, por haberles creído siempre merecedores de todo. ¡Penoso eso!  

En verdad, los ascendientes sobreprotectores, y complacientes en extremo, no reparan en las consecuencias futuras de sus actuaciones impropias durante el período de crecimiento y estudios de los hijos, que pueden abarcar desde traumatizaciones de carácter mental-emocional severas, hasta el fomento de actitudes de índole delincuencial muy inductoras, cuando las “sombrillas” de los procreadores que así proceden ya no estén.

En ese tenor, muy atinado resulta el contenido del artículo publicado por Kedmay T. Klinger Balmaseda, en la edición de fecha 15-6-13, periódico “HOY”, intitulado “Nosotros los nobles”, que corresponde al nombre de una película mejicana que trata sobre la temática, según expresa, en el que se incluye un mensaje bastante interesante con relación a la sobreprotección paterna, como la satisfacción de deseos todos, y sus efectos dañosos múltiples, a verificarse en el mañana.

Esas son  cuestiones, sobre la que se debe reflexionar con “agudeza” en la actualidad, y relacionarlas con la alta tasa de delincuencia  y criminalidad que se verifica, no sólo a nivel del país nuestro, sino también de otras latitudes, en la que es muy posible pueda estar incluido el ingrediente porcentual que aportan algunos de los llamados hijos de mami y papi, deformados conductualmente, por causa de la sobreprotección y los sobrados abastos paternos, que por lo regular tienen un límite, son finitos.

Y, cuando ésos faltan, los muchachos, que no han hecho sacrificio alguno para conseguir nada, porque todo se lo han puesto en las manos complacidamente, y que por tanto, no están en capacidad de enfrentar los problemas ordinarios, como otros de mayor envergadura que se pueden presentar a los humanos durante la vida, se sienten enteramente vacíos y desesperados.

La impotencia obvia que les acosa, los conduce a fuertes estados depresivos, dentro de los cuales se originan con frecuencia actitudes de agresividad, como actitudes de proclividad hacia el consumo de estupefacientes (drogas), que demanda de cuartos para adquirirlos, los cuales no se tienen, y hay la imperiosa necesidad de buscarlos a como de lugar, obligados por las frustraciones desesperantes, y la situación de abandono en que se consideran.

Dudar que tales efectos se produzcan, es estar de espalda a una gran realidad.  A los hijos se les debe proporcionar lo que en verdad ellos necesiten; pero, también hay que dejarlos en ocasiones que traten de procurar los requerimientos por sí mismos, para que vayan aprendiendo a manejarse solos; y que se acostumbren a suplirse de manera honrosa, pensando en que la “sombrilla paterna” no habrá de durar para siempre. ¡A los muchachos, no se les debe estar dando todos los gustos, y sobreprotegiéndoles!, pues en el futuro se lamenta.

Por consiguiente, hay que enseñarles siempre las dos caras de la moneda (complacencia y restricciones), como sólo proporcionarles la protección debida.  De lo contrario, es posible que se estén creando parásitos sociales para el mañana.

¡Piénselo!, padres sobreprotectores, y muy complacientes.

El autor es un humilde servidor, ¡y nada más!

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