Por: Rolando Fernández
De los daños más
significativos por parte de los padres, a los jóvenes vástagos que integran
luego a las sociedades modernas, son la sobreprotección y las complacencias
extremas de que aquellos son objeto. Los convierten en “guiñapos”, en personas inútiles, cuando solos
se vean, por haberles creído siempre merecedores de todo. ¡Penoso eso!
En verdad, los ascendientes
sobreprotectores, y complacientes en extremo, no reparan en las consecuencias
futuras de sus actuaciones impropias durante el período de crecimiento y
estudios de los hijos, que pueden abarcar desde traumatizaciones de carácter
mental-emocional severas, hasta el fomento de actitudes de índole delincuencial
muy inductoras, cuando las “sombrillas” de los procreadores que así proceden ya
no estén.
En ese tenor, muy atinado
resulta el contenido del artículo publicado por Kedmay T. Klinger Balmaseda, en
la edición de fecha 15-6-13, periódico “HOY”, intitulado “Nosotros los nobles”,
que corresponde al nombre de una película mejicana que trata sobre la temática,
según expresa, en el que se incluye un mensaje bastante interesante con
relación a la sobreprotección paterna, como la satisfacción de deseos todos, y
sus efectos dañosos múltiples, a verificarse en el mañana.
Esas son cuestiones, sobre la que se debe reflexionar
con “agudeza” en la actualidad, y relacionarlas con la alta tasa de
delincuencia y criminalidad que se
verifica, no sólo a nivel del país nuestro, sino también de otras latitudes, en
la que es muy posible pueda estar incluido el ingrediente porcentual que
aportan algunos de los llamados hijos de mami y papi, deformados
conductualmente, por causa de la sobreprotección y los sobrados abastos
paternos, que por lo regular tienen un límite, son finitos.
Y, cuando ésos faltan, los
muchachos, que no han hecho sacrificio alguno para conseguir nada, porque todo
se lo han puesto en las manos complacidamente, y que por tanto, no están en
capacidad de enfrentar los problemas ordinarios, como otros de mayor envergadura
que se pueden presentar a los humanos durante la vida, se sienten enteramente
vacíos y desesperados.
La impotencia obvia que les
acosa, los conduce a fuertes estados depresivos, dentro de los cuales se
originan con frecuencia actitudes de agresividad, como actitudes de proclividad
hacia el consumo de estupefacientes (drogas), que demanda de cuartos para
adquirirlos, los cuales no se tienen, y hay la imperiosa necesidad de buscarlos
a como de lugar, obligados por las frustraciones desesperantes, y la situación de
abandono en que se consideran.
Dudar que tales efectos se
produzcan, es estar de espalda a una gran realidad. A los hijos se les debe proporcionar lo que
en verdad ellos necesiten; pero, también hay que dejarlos en ocasiones que
traten de procurar los requerimientos por sí mismos, para que vayan aprendiendo
a manejarse solos; y que se acostumbren a suplirse de manera honrosa, pensando
en que la “sombrilla paterna” no habrá de durar para siempre. ¡A los muchachos,
no se les debe estar dando todos los gustos, y sobreprotegiéndoles!, pues en el
futuro se lamenta.
Por consiguiente, hay que
enseñarles siempre las dos caras de la moneda (complacencia y restricciones),
como sólo proporcionarles la protección debida.
De lo contrario, es posible que se estén creando parásitos sociales para
el mañana.
¡Piénselo!, padres
sobreprotectores, y muy complacientes.
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