Artículo de opinión
Por: Rolando Fernández
¿Por qué discriminar a otras
personas? Es la pregunta que todo ser buen juicioso debería hacerse, cuando le
asalta la idea del desprecio hacia los demás; de mirar a cualquier congénere
por encima de los hombros, como se dice popularmente, sintiendo que se es
superior, por el color de la piel, posición económica alcanzada, grado
académico logrado, etc.
Craso error, y grandes
sorpresas de ordinario les esperan a quienes así proceden. Pues, olvidan
aquella aseveración bíblica, apocalíptica para el ego humano de que, “todo ello
es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 1-14).
Jamás piensan pues, que todo
se esfuma, o se desvanece; en que, cualquier ser humano siempre es importante y
necesario, al margen de la condición económica, racial o educativa que tenga, en determinados momentos o circunstancias
Un negro, depauperado, y sin
ningún tipo de preparación, por poner un ejemplo extremo para muchos, resultaría
imprescindible dando apoyo, o aportando a solucionar en ciertas
situaciones momentáneas que se presentan, en las que probablemente, con todo el
dinero del mundo, no se lograría resolver nada, sin su concurso oportuno.
Los casos más patéticos que se
observan en ese orden, son aquellos que se verifican con respecto a los
accidentes, o dolencias súbitas relacionados ambos con la salud, que requieren
del auxilio compasivo inmediato por parte de los presentes, en el mismo
instante de las ocurrencias, en los que sólo cuenta el amor fraternal,
independientemente de cualquier otra condición personal que se pueda tener o no.
Precisamente, y hablando de la
tez oscura de en las personas, algo que llama poderosamente la atención a la
gente que está consciente de su verdadera esencia espiritual, es el hecho de
que, hasta para la filmación de anuncios publicitarios, de orientaciones
médicas, o cualquier otro tipo de recomendación relativa a las necesidades
humanas, siempre las elecciones para imágenes o fotografías a utilizar, nada
más se corresponden con gente de piel blanca, con ojos verdes o azules.
Jamás se ven a los negritos
con el pelo crespo (hombre, mujer o niño), posando para nada. ¡Parece ser que éstos no son humanos!; que si
les es levantada la piel negra, todo lo que se va a encontrar debajo de ésa, es
diferente a lo que tienen los demás. ¡Cuán equivocados muchos viven!
Criticando sutilmente ese
errado parecer, a alguien se le ocurrió escribir una vez, para ser cantada a
nivel popular, la frase que reza: “Si Dios fuera negro mi compay, todo
cambiaría”; agregándose que, hasta el color de Jesucristo y el de los Ángeles.
Claro, fue algo elaborado, en
alusión al Dios inventado por los hombres, partiendo de la hechura a imagen y
semejanza mal concebida, que una gran mayoría cree, tiene que ver con el
aspecto del cuerpo físico humano, y el del Supremo Creador, lo cual es un error
garrafal, ya que al Gran Arquitecto del Universo nadie que respire jamás lo ha
visto. (S. Juan 1-18, Sagrada Biblia).
Por consiguiente, no se puede
saber si es negro o blanco. Además, no
creemos que el hecho de que la Energía
Pura se considere blanca, sea motivo para pensar que Él lo sea, físicamente
hablando. Ahora, con esa frase se trata de transmitir un mensaje reflexivo bien
claro, en línea con la verdadera esencia humana - espiritual -.
Negros y blancos procedemos
del mismo lugar, de igual Fuente. Lo demás, sólo representa adornos adicionales
muy transitorios por cierto, inherentes a cada corriente de vida en particular sobre el planeta Tierra.
Entonces, ¿por qué estar
privando tanto? Primero, porque siempre se habrá de necesitar a la otra
persona, sin importar que sea prieto, feo y pobre. Además que, lo que hoy muy rimbombante le pueda tocar a
uno, mañana le habrá de corresponder a otro en su corriente de vida transitoria
también.
Por consiguiente, dejémonos de
estar privando tanto, ¡que todos somos iguales! Un espíritu encarnado, con un
cuerpo físico, y una personalidad pasajera, los dos; que lo que somos y tenemos,
en verdad no nos pertenece. Sólo lo representamos, por disposición del verdadero
Dueño de todo; el que expresa su Voluntad y se manifiesta a través
nuestro, hasta un momento determinado, y previamente presupuestado; en el que
inexorablemente, se habrá de retornar al mundo a que en realidad pertenecemos.
“Somos espíritus con
experiencias humanas; no humanos con experiencias espirituales”, como bien lo
señala un connotado autor.
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