Artículo de Opinión
Por: Rolando Fernández
Aunque es bien sabido que,
todo tiene una causa en su base, que nada es fortuito, la pregunta que a
cualquiera de ordinario asalta es, ¿por qué habrá tantas personas en este país,
que se creen demasiado importantes, cuando a la más somera investigación sobre
lo que han sido sus actuaciones ordinarias, ésas de inmediato les identifican,
le retratan como sepulcros banqueados?
Y además, normalmente es gente
egotista, ostentosa, comparona, como se dice en buen dominicano, creyente de
que los otros olvidan con facilidad; que lo pasado siempre deja de contar, tan
pronto como se intenta, y en parte se logra ocultar, lo que en realidad se ha
sido siempre.
Jamás reparan en que éste es
un país muy pequeño, donde todos nos conocemos, y hasta que se sale siendo
familia, al menor intento de averiguación. En que las andanzas amorales, y
deleznables por supuesto, dejan huellas que son imborrables, y siempre de alguien conocidas; que, ante cualquier desplante o
maltrato que se reciba, las puede externar a manera de desahogo, procurando hacer
correr el conocimiento de aquellos comportamientos
indebidos observados, para minar apariencias fingidas y envalentonamientos
“comparoniles” impropios.
En el orden de lo que se trata,
recordamos que en una ocasión nos dejó pasmado, y sin respiración
prácticamente, el comentario que hiciera
un compañero de estudios, con quien compartíamos en un centro cervecero ubicado
en las cercanías de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en uno de esos
ratos utilizados para botar el golpe, luego de salir de clases, respecto de una
persona que pasara por la acera cercana en aquellos precisos momentos.
La persona que transitaba por
el lugar, era una joven con cierta elegancia física, que vestía un uniforme de
una importante institución en el país para la cual trabajaba, y que al parecer
se encontraba haciendo algunas gestiones de graduación, o acopio de
calificaciones en la academia estatal, por lo que era frecuente verle allí, en
algunas explanadas, pasillos y escuelas, siempre con un aire altanero, y con un
aspecto arrogante, que a cualquiera llamaba la atención cuando se le observaba.
Parecía siempre estar dispuesta a darle un “boche” al que la mirara mucho, u
osara enamorarla. Realmente, la tipa impresionaba por sus gestos y forma de
caminar.
Sin embargo, aquella noche, al
verle pasar el compañero estudiante, que no la conocía de la UASD, aunque sí le
había visto por esos predios, sino por haber trabajado para una organización en
que la joven también lo había hecho, él como mensajero, y ella como cajera, al
verla pasar con su “cuadre” característico, le impactó, y de inmediato nos
dijo: “¡mira ésta!”, el que la observa así vestida se confunde”.
“De seguro que, en el sitio
para el cual ella trabaja ahora, no saben que esa muchacha se robó un dinero
donde laboraba anteriormente, y que cuando el lío se descubrió, la familia
seudo le enfermó temporalmente, y el padre la recluyó en una clínica privada,
al tiempo de él pagar los cuartos sustraídos, para evitar el escándalo, quedándose
todo ahí”.
La verdad es que, el escuchar
aquella historia nos sorprendió, y nos limitamos a preguntar, ¿seguro que eso
es así?, recibiendo como respuesta: “lo puedes escribir compañero.
Fíjate, ella se llama fulana de tal, y el padre es el señor X, con influencia
política soterrada”.
Aquella experiencia nos sirvió
de estímulo, para adherirnos más aún a la concepción del buen proceder; a jamás
olvidar, que siempre alguien conoce
nuestro pasado; y que, por más oculta que se hagan las cosas, en cualquier
momento algún congénere las recuerda y las saca a relucir, más todavía sin son
malas; que el querer aparentar importancia, como creerse toda vez digno de
merecer, e inclinarse por despreciar a los demás, se parece mucho al vicio de
la bebida, que siempre hay algo que ocultar detrás.
Conclusión final derivada:
optar por el buen accionar es lo más procedente; ya que, cuando no nos inquieta
la propia conciencia, es que, se podría vivir bajo el temor de ser delatado;
sentir que alguien nos persigue siempre, y que es posible procure chantajearnos;
que nos puede obligar a solapar verdades que se deben revelar; como a
tratar de encubrir hechos dolosos; y, a inclinarse por menospreciar a quienes intentan
hablar claro sobre esos asuntos; decir las cosas, tal cuales en realidad son.
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